La soledad de las gatitas

“Singular oficio el de las poetas, recoger tanto llanto”
Cesar Rito Salinas*

La gatita que me mira fijamente es Máxima. El paso de su vida y nuestra coincidencia es una pregunta que no se cerrará nunca. Dulce y amarga sincronía. Conviví con ella fugazmente a lo largo de 11 días. Era una gata ágil, independiente y elusiva. Máxima caminaba y su cola altiva mostraba siempre un signo de interrogación. Sólo pasadas varias noches de ser cercanas, me dejó jugar con ella, se paseó por mis pies y la acaricié sin que le agradara completamente.

El día que murió convivimos más que otros días. Hubo eclipse solar por la madrugada y yo me volqué a ellas para protegerme la ansiedad… y digo ‘ellas’ porque Máxima convivía con otras dos gatas. Siempre he creído que los gatos dan buena suerte y cualquier compañero animal, te protege. Será superstición o instinto porque ese día, a la menor provocación, las llenaba de elogios y mimos. Al pasar por la sala o la cocina, tiradas sobre la mesa o la alfombra, una lamiendo a la otra, siempre juntas, las cepillé mientras tonaba algún agudo arrullo, con inocencia y cariño… Que iba yo a saber que la gata había de escogerme para morir o si a mí, me sigue la muerte.

Estaba a punto de caer la noche. Los atardeceres en La Baja Sur son de intensos colores exaltados por no decir que dramáticos. Ese día vino un amigo a visitarme. Platicábamos tirados en el piso junto a la entrada, entre en el portón y la terracería. Hay casas en el desierto -las más tradicionales- situadas al centro del predio y son rodeadas por un gran patio de jardines ataviados con palmas, dombeyas, palos de arco, flor del cielo, buganvilias…

Discurríamos una apasionada charla sobre cómo adquirimos conciencia dilatada al intervincularnos y frente a nosotros un paraje enorme, inhabitado, cercado de alambre, lleno de palmeras y vegetación, a través del cual se llega al arroyo y -dice mi amigo- también al mar… Recuerdo que con solo nombrarlo yo ya estaba hasta allá… y en un mismo instante veía las olas llegando al estero, la noche postrada sobre nosotros y las gatitas merodeando alrededor.

Ahora pienso que las gatitas sintieron mayor confianza hacía mí y por eso me siguieron hasta el portón. Recién llegaba y nunca había vivido en una ‘isla’… Pienso también que los Cabos son muy contrastantes. Sobre su resplandor y exuberancia hay un halo sombrío, entre la “cultura” del turismo y el ecocidio, entre las miles (no exagero) oportunidades de trabajo y un esclavismo asalariado… Pienso, además, en mi amigo que vive aquí desde que era niño, trabaja de sol a sol y al cual conozco hace 9 años -que vine por primera vez- y cómo ahora compartimos esta muerte… Pienso y me pregunto: ¿para qué adquirimos la conciencia si no podemos lidiar con el horror?

Lamentablemente, aún con todos sus discernimientos e incluso a pesar de atestiguarlo, mi pensamiento no fue capaz de prevenir el accidente y al unísono veo: un jeep negro aproximarse, una gatita correr y mi grito ahogarse junto a Máxima, que se postró debajo del conductor despiadado, el miserable conductor que la vio y aceleró sin importarle. Juro que la vio y aceleró…

Enterramos a Máxima a los tres días.

El atropello le sacó las tripas y le destrozó la boca. Cuando me arrimé a reconocerla, su colita tenía forma de signo de interrogación y respondía al susurro de su nombre, mientras acariciaba su lomo y deseé muriera inmediatamente: “Máxima. Descansa ya mi amor, descansa”. Fueron apenas unos segundos. Lo que una se tarda en decir forzada y rápidamente adiós.

Le mentí a mi amiga, le dije que la gata no sufrió porque no soporté entonces contarle los detalles. Bastante cruel es ya ser parte de la tragedia. Desde entonces no fui la misma. No soporto cruzar carreteras de noche ni ver las luces de los coches. Máxima no era mi mamá, ni mi hermana, ni mi hija… pero cargué su cuerpo rodeado de tierra y lamenté su nombre por toda la casa, mientras el desconsuelo y la culpa me azoraban. No sé si la maté por descuido, me salvó del peligro o me escogió para morir…

Como si la muerte no caminara a un lado de la vida.
Como si la muerte no nos siguiera los pasos.
Como si no nos hubiera escogido para llevarla en los labios.
Máxima, no me sigas a la muerte.
Luzbel te extraña, Chimbi no quiere comer, tu mamá espera por verte.
No nos dejes solas, gatita.

Para Mercedes Reynoso.
Sara Raca / 05-05-2023 / SudCalifornia, México.

*Reflexión que el poeta Oaxaqueño realiza a propósito del libro Hermana Muer(T)e.


Sobre la autora:
Sara Raca. Poeta mexicana nacida en 1981. Híbrida, autodidacta y psicodisidente. 

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