Mi nueva relación con la muerte 

Siempre pensé que la tradición del día de muertos era una bella manera de recordar a los que ya se fueron; pero este año es diferente. Este año se llevó a muchas personas importantes para mí, entre ellos mi papá, quien murió el once de mayo. Como en muchos hogares, sus cenizas, ahora junto con las de mi abuelo materno descansan en la sala de mi casa. Mi hijo de siete años le escribe notitas: “te amo abuelo”. Hace poco mi sobrino de cinco años, dijo que lo extrañaba mucho y que no se pudo despedir de él. Una ni se imaginaría que un niño tan pequeño, pudiera tener esos sentimientos de añoranza y esa sensación de que le faltó hacer algo, pero si eso le pasa a él dentro de su inocencia, imagínense lo que queda en el corazón de los demás. El silencio de las preguntas sin respuesta, el dolor y la culpa que vienen en el supuesto, si “yo hubiera hecho” y “si yo hubiera dicho”. 

Mi corazón se rompe en silencio a todas horas del día, los ojos se me hacen agua y trato de esconderlos para que nadie me vea, pero ocasionalmente cuando a mi niño se le ponen sus ojitos llorosos, es inevitable que la tristeza llegue otra vez.

¿Y qué le puedo decir? Solo que el abuelo vive en su corazón, y que debemos recordarlo con amor. Le dieron el material para vestir la típica calaverita que recortas y unes, él no eligió ningún personaje, quiso personificar al abuelo. Sé que lo extraña tanto, aunque no lo diga, y también duele saber que el tierno corazón de un niño está herido por la ausencia que el abuelo dejó en nuestra existencia. En la casa ya no suena su carro al llegar, ni sus llaves sobre la mesa. Tampoco se escucha ya el canal de deportes todo el día.

Me he estado preguntando, ¿cómo la gente puede ir por la vida con el corazón roto?, ¿cómo somos capaces de sonreír en las fotos, de ser amables en el trabajo, de tener algo positivo para los demás o algo para celebrar, cuando estamos rotos por dentro? Creo que esa es la parte que llaman duelo, un duelo que no termina nunca. Un duelo que puede pasar desapercibido algunas horas, algunos días, pero de repente, la memoria te traiciona y las incontrolables ganas de llorar llegan otra vez.

Ignorantes vamos por la vida tratando de entender. El tiempo se nos acaba y nos quedamos sin respuestas. Eso taladra el corazón, y el hueco que se hace es profundo e ininteligible como un agujero negro. Me siento incapaz de hacer planes para la cena de navidad y la celebración de año nuevo.

Ahora entre tantas cosas, creo que la humanidad se divide en dos partes: aquellos que tienen conciencia de la muerte, y la inocencia de quienes no. Deberías aprovechar cuando estás en la primera etapa, y saber que la segunda llegará, no importa cuánto hagas por evitarlo, no importa cuánto te esfuerces, llores, te canses, ruegues, reces o supliques. No importa cuánto hagas, la muerte llegará y se llevará a tus seres queridos, y dolerá, dolerá mucho. Dolerá tanto, que pensarás que te están pinchando el corazón con una pequeña aguja, pensarás que es irreal, que tú eres irreal, que todo alrededor parece una película bizarra que no tiene sentido alguno, ahora lo entiendo todo. La muerte es ausencia. 

Conservé algunas cosas que eran de mi papá: su juego de maletas, que ahora uso cada vez que salgo y así siento que él me acompaña y me guía en el camino; algunas playeras que uso de pijama, y una chamarra que tengo en el closet. También tengo colgado un suéter que era de mi abuelito quien se fue hace siete años, y me lo pongo ocasionalmente. Me quedo pensando en qué manera tan curiosa la nuestra de querer retener la presencia de quienes se fueron mediante sus cosas personales, que poco sabemos de desprendernos. 

A pesar de que ya tenemos las urnas y los cuadros de mi papá y mi abuelo en una mesa con flores, vela y vasos de agua, no estábamos seguras de que fuera buena idea ponerles un altar, pero la idea de que vengan sus almas a casa a visitarnos y que no tengan su comida favorita preparada nos tenía en duda. Mi mamá le pidió a Dios que ayudara con esta incertidumbre, luego tuvo un sueño donde había una fila enorme de personas y se encontraba una vecina que falleció hace ya varios años, dijo que esa era su señal, y que “más vale” dejar el altar listo. Ayer fuimos a comprar las flores y el pan de muerto, pondremos un pequeño plato con la comida favorita de mi papá, y un virote que era lo que más le gustaba a mi abuelito.  

Creo que lo único que la muerte puede enseñarnos, es a valorar la importancia de la vida, de cada segundo, de cada suspiro, de cada momento que compartimos con alguien, así como de hacernos responsables de nuestra propia existencia, pues sin duda alguna, llegará el momento en el que seamos nosotros quienes estemos postrados en una cama, deseando extender el último aliento.  


Sobre la autora:
Karla Stephanie Vázquez Zamora. Soy Licenciada en Comunicación (UABC), tengo un diplomado en Neuroartes: Percepción (INBA), y un diplomado en locución (Radio Media). Me he dedicado a la comunicación desde diferentes perspectivas, trabajé casi 10 años realizando investigación antropológica, también trabajé en medios de comunicación como gerente. Hace siete años inicié el proyecto de una pequeña agencia familiar de turismo, con sede en Tijuana, nos especializamos en la Península de Baja California. Actualmente construyo un nuevo proyecto en un portal web y redes sociales, con enfoque de difusión cultural.

https://californiadreams.info/

Imagen: Por Auribe

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