La bufanda roja

Fabiola preparó su cartera, abrigo, guantes, mochila y su bufanda favorita de color rojo. Visitaría a su abuelita en el hospital, quien fue internada por una neumonía, aunque afortunadamente ya se encontraba más estable. Sabía que por el pésimo servicio se podría presentar cualquier tipo de inconveniente. Se quedaría hasta la noche a cuidarla, después su tía se encargaría toda la madrugada.
Viajar en transporte público bajo una torrencial lluvia no le agrada, pero por su abuelita cruzaría el bosque más grande del mundo si eso fuera necesario.
Afortunadamente llegó al hospital cuando su abuelita se encontraba despierta, a Fabiola le encantaba escuchar alguna de sus divertidas anécdotas de juventud.
Una vez en la habitación, de su mochila sacó un termo lleno de chocolate que su mamá preparó, el cual sirvió en dos tazas.
-Tu mamá comienza a tener mi toque para este chocolate-, dijo su abuelita en un tono de orgullo. Fabiola se limitó a sonreír, estos eran los pequeños instantes en los que una se debía aferrar. Incluso una misma podría perderse para nunca volver a ser la misma, siempre pueden ocurrir cambios tan bruscos, de la noche a la mañana.
Cuando su tía llegó, se dispuso a despedirse de su abuelita, quien muy preocupada le señaló:
-Hijita, te irás así ya tan oscuro el cielo, mejor pide un taxi o Uber.
– No te preocupes abuelita ya me manejo bien de noche en el transporte público.
– ¡No cómo crees! Es tarde, mejor quédate con tu tía y conmigo…
Fabiola pensó que la solución más rápida sería llamar a algún amigo para que viniera por ella.
-Abuelita si quieres le hablo a mi amigo Alejandro, ya sabes, al que le decimos “Lobo” ¿te acuerdas cuando te lo presenté en mi cumpleaños?
– Ah, sí claro, buen muchacho, si se te acomoda así, llámale para que venga por ti y te deje en casa. Mándale mensaje a tu tía en cuanto llegues para que me avise, por favor, hijita- dijo la viejita.
Fabiola se apresuró a llamarle a Lobo, quien afortunadamente contestó a la primera y ella le comentó su plan.
-Claro que sí, Fabi. Solo mándame tu ubicación-, dijo Lobo con una risa un tanto sarcástica que a Fabi en ocasiones le desconcertaba.
A la media hora llegó, Fabiola se despidió de su tía y su abuelita.
Salió del hospital y saludó a Lobo:
-Hola, Lobo, ¿cómo estás? – Fabiola saludó con una sonrisa
– Bien, Fabi, ¿cómo sigue tu abu?
-Mejor, gracias por preguntar.
-Oye no te gustaría ir por una cerveza a mi casa antes de llevarte a la tuya, ya sabes para relajarnos y ponernos al corriente, ¿qué dices? – propuso Lobo.
Fabiola sabía que tendría que avisarle a su tía, pero decir una mentirita piadosa para salir a despedirse no hacía daño, menos con la semana tan pesada que había vivido en la universidad.  Avisó a su tía por un WhatsApp, le dijo que iría por un café con su amigo y luego iría a la casa, así que se tardaría un poco más de lo esperado. Su tía en cambio le contestó que se divirtiera y que le avisara una vez que llegara a su casa.
Llegaron a la casa de Lobo que siempre olía a su perfume y a sus gatos. El chico sacó un par de cervezas de su refrigerador y le tendió una a Fabiola, brindaron.
La verdad es que Fabiola se tomaba solo la mitad de la cerveza mientras que Lobo ya iba por la cuarta. Se notaba un poco mareado. Le ofreció a Fabiola un baile, que ella aceptó divertida. Mientras bailaban, Lobo la miró directo a los ojos y comentó:
-Que ojos tan grandes tienes, Fabi, ¿por qué no me di cuenta antes?
-No lo sé, Lobo – rio un poco nerviosa- quizá por que nunca hemos estado así de cerca…
-Sí quizá, y que bonita boca tienes, como para comérmela a besos- e intentó besar a Fabiola. Quien en un principio aceptó el beso, pero cuando Lobo comenzó a tocar su espalda y luego sus pechos de manera brusca, ella quiso parar.
Luego todo se volvió negro… y rojo.
Lo último que recordó fue su bufanda roja deshilachada por un forcejeo, al menos pudo rescatar lo que quedaba de ella y del objeto.
Todo su cuerpo le dolía, los moretones, las mordidas, todo de él quedó en marcas de dolor.
Un mensaje rápido a su tía explicando que se había quedado dormida y por eso no pudo avisar a la hora en que según había llegado a casa. No era capaz de hablar de lo sucedido, ¿cómo lo haría? ¿Le creerían o dirían que ella provocó todo?
Apenas pudo pedir un auto para que la llevar a su casa una vez que Lobo se quedó dormido.
Aunque todo era confuso, ella no olvidaría al conductor, quien incluso le dijo: –Quédate con el dinero, es un viaje gratis, se nota que tú lo necesitas más que yo.
De lo único que era consciente en su estado, era la bufanda roja rota y el ardor de las lágrimas en sus ojos.
No quiso hablar con nadie sobre el tema, ni siquiera con su madre. Se fue a dormir con todo el dolor que su cuerpo y su alma cargaban, y cargarían en silencio, ¿Por siempre?
Dormir era casi morir, y era lo que más deseaba.


Sobre la autora:
Krizia Fabiola Tovar Hernández nació en el Estado de México, en 1996. Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx, revista enpoli, Teresa MAGAZINE, revista literaria pluma, pretextos literarios,  revista hispanoamericana de literatura, revista literaria monolito, Más literatura, clan Kutral, vertedero cultural, circulo literario de mujeres, perro negro de la calle, el morador del umbral,  La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras.  Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.

Foto de Hebert Santos

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