El amor “que merecí”, pero que no quiero

Ha pasado un mes, dos semanas y dos días desde la destrucción y construcción de quién soy. Han sido días de cambios constantes y de rutinas rotas. Durante este tiempo he conocido mucho de mí misma y he tenido que afrontar una de las tareas más complicadas: Desconocerme.

Creí que era lo suficientemente lista para no depender de alguien que no fuera yo. Supongo que llega un momento en la vida en el que por más independiente que te creas, caes. Te dejas destruir y no importa cómo sean las cosas, una mujer siempre sufre más porque, histórica y socialmente, “debe ser así”.

Dejé de castigarme hace tiempo. Hoy tomo la responsabilidad de mis actos y reorganizo todo lo que me hizo llegar a este sitio. Hay errores que no pretendo volver a cometer. La terapia me ayudará, también lo sé. Hay días más complicados, este es uno de ellos. Tenía tanta razón al temerle a tus palabras. Lo que tenía contigo era tan frágil que necesitaba un acta de matrimonio firmada. Lo sabía, pero me aterraba admitirlo. Para el resto de las personas eso tenía que ocurrir, no había otra forma en la que tu familia me reconociera, más que siendo tu esposa, y como es natural, no había otra manera en la que pudiera ser vista de otra manera más que como una mujer arribista que llegó a tu vida para tomar todo tu dinero, como si hubiera existido alguno.

Resulta indescriptible saber que las mujeres de tu vida me vieran como una amenaza a la feminidad. El no cocinar o no planchar; era un pecado el no querer ser todas las cosas que “estaban bien” para ser llamada tu esposa. Al principio parecía no importarme, pero en cada comentario utilizado dentro de una discusión salía a relucir tu machismo, ese que yo presumía que no tenías. La ausencia de eso que te hacía tan diferente al resto.

Pensar en ti no es raro, ni lo fue jamás. Me sigue haciendo sonreír el recuerdo sobre algo de lo que eras. Sigo creyendo que amé una versión tan distinta. Quizá fui yo quien te hizo sentir de otra manera. Pedías tanto de otra persona que yo no era y gracias a mi naturaleza, fallé.

No quiero correr desesperada a tus brazos, ni suplicarte por una explicación, todo tuvo su tiempo y hoy es tarde. Tal vez esto es más difícil para alguien que no supo hacerse cargo de su responsabilidad afectiva. A veces es más fácil darlo todo, como si al hacerlo pudiéramos tener la garantía de que hubiese una fuente inagotable que seguirá dotando de amor cuando el de pareja se termina y uno de los dos se queda con la apuesta del que dio más. Incluso si eso es la vida misma.

Es muy difícil comprender que un día era el amor de tu vida y que, al otro, era solo una mujer muy inteligente, como si serlo fuera negativo. Mi psicóloga dice que, a un hombre machista, la idea de estar con una mujer independiente le significa un reto, más que un susto. Estos hombres comienzan por ser “distintos”, después continúan con una estrategia, en la que comenzamos a caer las más inestables como yo; hasta que nosotras vamos cediendo a sueños, vivimos de ilusiones y de promesas que no necesariamente se cumplen y así comenzamos por dar más de lo que tenemos con tal de completar, de encajar en un molde. Así, nos terminan por destruir y cuando todo está en cenizas, se marchan con la excusa inalterable de que no somos lo que buscan cuando pasaron tanto tiempo deconstruyendo.

Yo sé que no siempre se gana. Mi intención contigo era crecer. Tomé tan en serio tus palabras, que me olvidé de darles un sentido real. En un par de años nos casaríamos o viviríamos juntos, pero el tema del matrimonio pasó de ser un plan a un tema prohibido para ambos. De pronto comprendiste que no lo querías tanto como al inicio. Por mucho tiempo creí que te pedía demasiado. Moldeé la dirección de mis sueños y aspiraciones contigo, dejé que siguieran tu rumbo y los constantes cambios que daba. Quise ser comprensiva al no pedirte más de lo que podías dar.

Recuerdo que cada obsequio tuyo fue formando a una mujer que no existía. Comencé a ser la chica de los anillos, las pulseras, los modales aceptados para alguien que quería estar contigo. Cuando absorbiste la magia de lo que yo era, todo cambió. Ahora era un maniquí disfrazado con una blusa dos tallas más grandes, ataviada con aretes el doble de tamaño que mis orejas, con anillos combinados y esclavizada a alguien que ya no me quería.

Tenía miedo de que al llamarte por tu nombre te molestaras. Al dormir me acechaba la pregunta de si a la mañana siguiente me seguirías amando. Consideraba que las cosas que uno quiere y valen la pena debían ser buscadas. Incluso cuando yo no tenía la culpa de tus enojos, me quise convertir en alguien digna de ti, te lo merecías, pero yo no cuestionaba si tú lo eras para mí.

Creaste un mundo en el que tú eras el centro de todo y los demás nos movíamos a tu ritmo. No alcance a visualizar que la única habitante era yo. Comencé a sentirme culpable sin serlo. Decías que quien se enojaba perdía y a ti nunca te gustó eso. De ese modo, al enojarte hacías que la culpa recayera en mí y con pocas dosis de manipulación me fui envolviendo en la dependencia de ti.

Hoy miro todo lo que me hizo amarte y que aquello que te di fue con la plena convicción de que el amor siempre tenía razones fuertes para permanecer. Verlo desde dentro duele y es desafiante tener que mirar, con otros ojos que no te conocen, lo que significa. La psicóloga habla de tantos términos que apenas me es posible darle un nombre a cada situación que viví a tu lado, como al narcisismo, la indecisión, la manipulación y el chantaje. Algunas veces te he tratado de excusar en medio de la terapia, al parecer son síntomas normales después de permanecer tanto tiempo con una venda que yo ayudé a poner en mis ojos.

Aunque el camino es lento, sé que no hay nada más fuerte que reencontrar mi poder y que nadie debería cederlo ni ponerlo como moneda de cambio. Quizá lo más desafiante es que en este camino me haya encontrado con tantas opiniones de mi vida, basadas en no poder retener a “la única persona que podía darme un valor como mujer”, porque a pesar de los años seguimos creyendo que nuestra valía se basa en el hombre con el que caminemos a nuestro lado, como si retenerlo fuera lo más importante que podríamos lograr en la vida.

Me entristece saber que priorizar tus sueños sobre la idea de un matrimonio y los estudios por encima del deseo “natural” de la maternidad, siguen siendo tan castigados. Pero sé que esta generación, la que se ocupa de sus emociones, que va a terapia y que rompe con estas creencias, nos da a las mujeres, no solo una red de apoyo en el presente, sino que también forja los lazos y los cimientos para que las niñas, que están creciendo, encuentren ese apoyo que muchas no tuvimos.

Sé que al final del camino todo se desvanecerá y que esta historia podrá ser contada como aquella vez que morí y decidí volver a nacer; como si no hubiera daño, pero sí lecciones, como que el amor nunca debe de cegar. Esa es la historia que me cuento antes de dormir, inclusive si al hacerlo siga viendo retazos de mi vida contigo entre mis sueños.


Sobre la autora: mi nombre es María Fernanda Villanueva Montes y estudié la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Periodismo, tengo un diplomado en Marketing digital y social media. Desde que ingresé en la universidad desarrollé un amor inmenso a la escritura que he desarrollado a manera de pasatiempo y como una búsqueda para expresar todo lo que siento.

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