Tú vives en la poesía

Yo mujer, recurro a la memoria para intentar rescatar todos los instantes que vivimos juntos. Me aferro a cada momento como un niño hambriento al succionar el pecho de su madre. Estoy atada al ayer con un hilo imperceptible, como un cometa que intenta mantenerse a flote en el viento. ¿Debo empezar por el principio o por el final? Llegaste a mi vida con un mensaje en una botella y algo en tu carta debió resonar en mí, así empezó nuestra amistad una madrugada de septiembre de 2019.

Llegaste con el otoño y te fuiste con el invierno del año siguiente. En cualquier otra etapa de mi vida, nunca hubiera aceptado ingresar a una aplicación para hacer amigos o buscar amores fugaces. Siempre consideré deprimente encontrar el amor a través de las nuevas tecnologías. El problema con los vacíos es que los llenamos con oropel. Tú llegaste con el albor del otoño para amortiguar la carga de mi tristeza. El problema con las almas grises es que esconden tras arcoíris artificiales sonrisas engañosas, y así cayó él en mi red. Una mosca atrapada en la telaraña. ¡No! el dolor no debe nublar mi objetividad, no debería compararlo con una mosca, aunque yo sí me sentí como una arpía. Mi padre solía decir que tenía esa habilidad de lastimar profundamente con mi lengua, mis palabras crueles eran como dardos con veneno que carcomían la piel. Así fue cómo lo alejé de mí con la hiel que habita en mi corazón y que transmití en mis palabras llenas de dolor. El remolino de la oscuridad fue más fuerte que la luz de la sonrisa de la que se enamoró.

La experiencia en las dating apps me había llevado a desconfiar más en los hombres, pero allí seguía como una especie de masoquista. Tal vez para confirmar mi teoría de que todos los hombres son infieles por naturaleza, o en su defecto porque la niña romántica adicta a las caricaturas de Disney se ataba al suspiro del príncipe azul. Desconozco cuál era la razón por la que mi nacionalidad despertaba tanto interés entre los europeos, siempre he pensado que, para mujeres bellas, las colombianas o las venezolanas. Yo, solo era una mexicana de más de cuarenta años, sola, buscando alivio a la frustración y desolación que me traía estudiar el doctorado. Era un velero en altamar sin rumbo fijo.

Él aprendió hablar español con tanta fluidez por amor aquella mujer con la que se casó y vivió 11 años. Siempre me pregunté por qué se enamoró de ella. Si tuviera que describirla con un color, sería el amarillo pastel… y aunque a mí me parece ¡sin chiste!, sé que se enamoró de su piel de chocolate y sus ojos de obsidiana. La tuvo que amar pues durante cuatro años la cortejó y viajó a las tierras descubiertas por Hernán Cortes para desposar a la hija de Coatlicue. Recuerdo las fotos de su boda, él irradiaba felicidad, ella tenía los ojos perdidos en el horizonte. De las fotos se deducía que en esa relación el que más amó fue él. Siempre disfruté compartir fragmentos de nuestras vidas a través de las fotografías y de las historias. Lo recuerdo en aquel mercado de Oaxaca sonriendo y ella distante. Caminando por las calles de algún pueblo de Veracruz, feliz, abrazándola.

Por él rompí la regla del mes, a los cuatro días le di mi número celular y lo agregué a mi cuenta de Facebook. Nunca entendí cómo me pude enamorar de él, no le gustaba la política, leer o bailar y además era de izquierda. Le gustaba el reguetón y yo lo aborrecía. No obstante, aprendí a disfrutarlo y se hizo habitual escucharlo. Sobre todo, por las noches que solían ser sus mañanas, poníamos al mismo tiempo una canción y fingíamos ir juntos en su auto escuchándola. Se dice que para formar un hábito deben pasar 21 días, pero nuestra necesidad de estar conectados fue instantánea y así estuvimos 365 días. Fue a mí a quién le contó sus mayores temores y con quién compartió sus dolores de la infancia. Yo le acompañé aquellas noches cuando su madre estuvo internada incapaz de recordar que él era su hijo. En mis brazos lloró la impotencia de sentir que su madre estaba atrapada en los recuerdos del pasado incapaz de recordar el ahora. Juntos vimos caer la lluvia en aquellas madrugadas de otoño en Suiza. Le acompañé aquella tarde que tuvieron que sacarle la muela del juicio. Salimos juntos a bailar a un antro gay en Ciudad Juárez, toda la noche, y platicamos hasta llegar el alba. Perdió el miedo a visitar la ciudad de las mujeres asesinadas y de los narcos. A los tres meses de conocernos, planeábamos su viaje a México. Me acompañaría a la boda de mi mejor amigo en Cancún, nuestra primera boda gay. Con cuántas ansias esperaba que fuera abril de 2021. Era tan emocionante hacer planes juntos.

La posibilidad de conocernos era asombrosa para los dos, creo que nos ilusionaba la idea de reconstruirnos después de los fracasos amorosos. La única regla que establecimos fue siempre ser honestos entre nosotros y que nunca nos dañaríamos. Ilusos. En el juego del amor siempre hay un perdedor. Bien lo dice Rosario Castellanos:

“Porque éramos amigos y a ratos, nos amábamos; quizá para añadir otro interés a los muchos que ya nos obligaban decidimos jugar juegos de inteligencia”.

¿Cómo nunca vi venir el tsunami? Jaque mate y murió la reina. Maldito COVID lo arruinó todo, su olor a muerte y desesperanza contagió nuestra relación. Todavía recuerdo aquella tarde que me dijo que tenía miedo, su empresa se iría a la quiebra y en Italia las personas estaban muriéndose. En Europa comenzaba la crisis, acá todo parecía tan lejano. Temía por la economía, no podía darse el lujo de quedarse desempleado, su sueldo era necesario para pagar la enfermera de su madre y todos sus medicamentos. Yo, sabía que cuando se sentía agobiado se tornaba distante y se escondía en sí mismo. Esa fue la primera vez que sentí miedo por la pandemia. Vino a mi mente las fotos de los libros de historia, sí esas de la depresión de 1929 ¿por qué recordé esas imágenes? Los países comenzaron a cerrar fronteras y pareciera que ese temor inundó también nuestra comunicación. El hilo del cometa se fue deteriorando y en algún momento se rompió. Las conversaciones que solían durar horas y horas, todos los días, se fueron espaciando; primero unos días y después unas semanas. El clásico ¨sogni d´ oro¨ antes de dormir se perdió después de su cumpleaños. La caja con el regalo para su cumpleaños estará empolvada en algún rincón del closet de la recámara. Los girasoles que compró pensando en mí se marchitaron. El problema con el amor es la vulnerabilidad en que nos deja, y ninguno de los dos estuvo dispuesto a ceder. Recuerdo el día que le pregunté qué le pasaba y me contestó que tenía muchos problemas y que yo no podía ser uno más. Comprendí que en ese juego la mosca no era él ¡Era yo quién estaba atrapada en la red! Su partida me dolió ¿quién era él para tratarme así?

La primavera que debía venir llena de esperanza marcó el declive de la historia. Nuestra relación estaba muriendo y ninguno de los dos tenía el valor de dar la estocada. Tuve que revirar la partida y le aseguré que no era necesario que yo me convirtiera en un problema más en su vida, siendo sinceros él no era una persona que yo voltearía a ver en la calle. Tal vez Bécquer habría sido más listo con la finalidad de guardar una mejor remembranza de lo que fuimos, y hubiera recitado:

¨¿Quieres que conservemos una dulce memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho, y mañana digámonos: —¡Adiós!¨

El amor no puede morar donde habita el coraje y el resentimiento, allí en esa conversación quedaron sembradas las semillas de la desolación. Pasó un mes sin que habláramos. Tampoco hubo amor para darnos, las memorias felices se tornaron agridulces después de esa conversación. Las estrellas dirían que una leona y un carnero no son compatibles. Tal vez, las estrellas tenían razón, fuimos demasiado orgullosos para ceder y no éramos almas compatibles.

Te creí perdido aun así regresaste con la muerte de mi madre. Es cruel decirlo, pero me dolió más tu partida que su muerte. Contigo desperté esa parte dentro de mí. Despertaste a mi Iztaccíhuatl, aquella mujer dormida ante el amor. En la soledad de mi habitación, entre las lágrimas que limpian el dolor que alberga mi corazón, entre la desesperanza y la desolación estás siempre tú. Estás allí rescatándome de los pájaros negros que rondaban mi cabeza, en el agua de Jamaica, en el tiramisú, aquí vivo en mis letras, en mis cuentos, en mis poemas de amor y desamor. En la luna, en el espacio del cine que guardo en silencio para ti, en las cartas que te escribo esperando que contestes algún día. Aunque sé que estás lejos haciendo tu vida. Porque tú ya avanzaste, no te convertiste en una estatua, como yo, atascada al inexistente pasado y al incierto futuro.

A pesar de todo, tú estás aquí, en las noches cuando me recuesto en mi cama y te visualizo a mi lado sonriendo y acaricio tu cabello, y te escucho decirme ¨te voglio bene, brujita¨. Juntos habitamos el lunar de tu pierna derecha, ese que me regalaste en mi cumpleaños y prometiste que nadie tocaría ¿dejarás que ella lo bese cuando la posees? ¿pensarás en mi boca y en mis ojos cuando la amas? Me gustaría regresar el tiempo y nunca haber dicho palabras tan crueles, pero lo hice. En ocasiones me arrepiento de haberte conocido, del tiempo que compartimos. Me agobia la idea de que todo fue mentira ¿puede ser real este sentimiento? ¿Es posible amar a alguien por sus palabras? Sin conocer su aroma, sin disfrutar del sabor de su boca. Qué clase de embrujo crearon esos hilos invisibles que nos conectaron durante más de un año ¿estuvimos unidos solo por el vacío? Me dueles, en la garganta, en el corazón, en el alma, en el vacío que dejaste y que me niego a llenar con alguien más. Te llevo atado en la poesía que escribo y que leo, te encuentro entre las palabras tristemente amorosas de Pizarnik:

“A veces también se me acaban las sonrisas para ti, a veces también se me acaban las ganas de escribirte. Pero te quiero, ojalá lo entiendas, siempre te quiero, pero a veces mis abrazos no tienen calor y mi boca no sabe que decir… Pero te quiero, siempre te quiero, cuando no te convengo, cuando no me soportas, cuando te odio, te quiero”.

No me queda más que sobreponerme al dolor de saberme rota y sanarme a través de la siempre reconfortante palabra. Ser resiliente, resurgir de entre los fragmentos de este sentimiento que me hace saberme viva a pesar del dolor. Intento rescatar todos los instantes de los sueños que construimos juntos, no podemos ser memoria porque eso implicaría hablar de un pasado que no existió. Sin embargo, seremos polvo de estrellas y palabra viva que emana de mi voz de mujer.


Sobre la autora: Vanessa Berenice Lizárraga Juárez, ( Cd. Juarez, Chihuahua., 1978). Mujer, habitante del desierto y la frontera. Integrante del colectivo de escritores Viva la Vida de la escritora Elpidia Garcia Delgado. Aprendiz de fotografía. Apasionada del aprendizaje y de los espacios de escritura de mujeres. Le encanta participar en espacios de aprendizaje liderados por mujeres- especialmente si tiene mirada morada-, como: Nepantleras, Tallercitas Feministas, Marisabel Macias, Sonámbula, Club de la Intensidad, Lila Band Fotógrafa y Cámara Violeta. 

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