Mi vecina imaginaria

Esta historia, tal vez inventada, tal vez no, es la historia de mi vecina imaginaria. Nunca llegué a conocerla realmente, algunos decían que era una bruja que leía el I-Ching, otros decían que con terapía de reiki lograba milagros. Algunas otras, imaginariamente cercanas a ella, decían que solo era una anciana que jugaba con su libertad y que su único poder era el de ser individualista e ignorar completamente a las demás; por otro lado, las más ingenuas, decían incluso que se robaba la juventud de aquellos que la rodeaban. Yo, simplemente imaginaba que algún día podría conocerla o recordarla entre el inventario de mi cabeza.

Un día, mi vecina imaginaria enfermó de una de esas enfermedades imaginarias de la gente blanca y partió a una de esas grandes ciudades con desarrollo, dinero y dignidad completamente imaginaria. Yo, me quedé en esta selva, tal vez imaginaria también, comiendo almidón de yuca, leche de milpeso, cacao y caldo de pez. Un día, mientras mambeaba, miraba la casa de mi vecina imaginaria, justo junto a la mía, tan cerca, pero tan lejos, y vi unos gatos maullando en su ventana “¿imaginarios?” Pensé para mis adentros, “No lo sé”, pero tenían hambre y solo yo podía ir a alimentarlos. Descalza, caminé por el pasto húmedo mientras imaginaba todo tipo de escenarios y trataba de convencerme que tenía permiso para entrar a esa casa. Puse mi mano en la puerta y empujé, al instante sonó un móvil de campanillas que rocé al abrir, y sin percatarme de nada más sentí como una mano imaginaria y muy fría agarraba mi brazo con firmeza. Grité, y con un frívolo temor solté la puerta que se cerró nuevamente tras mi andar desesperado.

Logré llegar a la terraza de mi casa sin detenerme, me senté y mis ojos se perdieron en esa casa imaginaría que continuaba penetrante frente a mí. Pensativa, mientras caía la noche, dejé de ver a aquellos gatos que maullaban en la ventana y concluí que allí había una guardiana imaginaria que protegía a la casa, también imaginaria, de todos los extraños. Perdida en mi inventario, con el mambe, el ambil y el calor sofocante de la selva, mi ensimismamiento se vio interrumpido por una luz imaginaria que salía de abajo del suelo de la casa de mi vecina imaginaria. La luz cambiaba de color y volaba hacía mí mientras Veranero, mi gato, corría hacía ella para tratar de atraparla juguetonamente. Concentrada en el revoloteo de luces y patas peludas de gato dudé si acaso eso que veía era otro de esos animales imaginarios por ser descubierto en esta espesa selva, o era un hada imaginaria que nunca quería ser descubierta. Volteé nuevamente a ver esa casa imaginaria, en busca de una señal o de los gatos hambrientos de la ventana, cuando de repente vi unos pies imaginarios que se asomaban de un vestido blanco y largo, y bajaban casi flotando por las escaleras. Me asusté por un momento, pero fue un temor tan fugaz como aquella mujer imaginaria de pelo blanco que rodeó la casa con su vestido níveo y desapareció en la penumbra a la vuelta de la escalera de caracol. “Tal vez deba dejar el mambe y el ambil por hoy” pensé, y entré a mi casa por un poco de té de pasiflora. 

Pasaron los días y mi vecina imaginaria nunca volvió de esa ciudad donde fue a buscar una cura imaginaria a su incurable enfermedad. El hada, el animal por descubrir, los gatos y la mujer de vestido blanco imaginarios tampoco regresaron.

Pasado ya un mes, yo sigo aquí, en esta selva mirando esa casa imaginaria, mambeando y pensando en finales imaginarios para esta historia.


Sobre la autora: Elisa Lotero Velásquez, colombiana residente de la Ciudad de México. Bióloga apasionada, dedicada a la investigación etnobotánica, amante de las plantas, los bosques y las selvas. Feminista declarada desde que se hizo consiente de su posición como mujer. Desde el feminismo ha encontrado un espacio para ser creadora, educadora, militante y escritora. Elisa es fundadora del espacio de educación “altavoz violeta”, miembro del colectivo “Rosas Rojas”, escritora de “Círculo literario de mujeres” y autora de uno de los relatos publicados en la antología “El feminismo me jodió la vida y después me salvó”. Además, le encanta crear cosas nuevas con hilos, agujas, fotos y acuarelas. Heredó sus manos creadoras de su abuela y su madre y considera que la escritura, el bordado y todas las manifestaciones artísticas y manuales han sido históricamente y siguen siendo herramientas poderosas de lucha y sanación entre mujeres.

Imagen de stokpic en Pixabay

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