No quisiera empezar sin primero decir que la vida tiene todo lo bello que no encontrarás si mueres. Es un hecho porque nadie ha vuelto a decirnos lo qué es, lo qué hay, y la experiencia de la vida es nuestra única evidencia de si lo bello existe o no.
Como toda la humanidad supongo, yo, en la vida que he caminado me he encontrado con las preguntas ¿para qué vivo? ¿cuánto más, puta madre? ¿qué sentido tiene? y pensé que para esta narrativa testimonial deberé ir recogiendo los pedacitos de tiempo donde apareció mi yo existencial, pensar la muerte: Uno de ellos, es a inicios de los noventa, apenas mi tercera infancia y después de dos traumas infantiles mi personalidad terminó siendo excesivamente introvertida, tímida, sin mucha alegría. La primaria parecía una eternidad y viene a mi ese recuerdo de las preguntas como: ¿tantos años aún faltan? ¿para qué? Que aburrida vivo.
Después, en la experiencia adolescente lo común, los pensamientos existencialistas y una pesades por la vida. La vida es una pregunta siempre. Pero en aquel tiempo, acercándonos al nuevo milenio, nuevamente volví a el sentir sin pertenencia a las amistades, grupos de misa, el gimnasio, varias veces quise desear que ya terminara; no había amparo, no había autoconocimiento y ni mucho menos la exploración creativa. Sólo círculos depresivos, obsesivos monólogos por las tardes entre árboles y demasiado, demasiado paisaje. Nunca disfruté los paisajes de mi territorio entonces.
Otro tiempo más adelante, aparecen las fatídicas etapas del cortar una relación, ir y venir, la dependencia emocional. Había pasado a la belleza de la juventud, si, de los gozos sexuales, de los sueños por la carrera, el refugio de la pareja que te cuida en la lógica del amor romántico, dependencia. Y la simbiosis de la pareja dio frutos en cuanto al sentido intelectual, sin embargo, cuando la relación rompía, se rompía mi carretera, como si apareciera un túnel sin saber dónde va a llevarme. El circulo de la depresión existencial de nuevo.
No deseo desarrollar tanto, debo decir que hasta entonces era demasiado débil eran bobadas que pude haber resuelte con el salvavidas de la amistad, pero nunca ha sido mi fuerte, o bien toda esta literatura feminista o escritura por mujeres que en mi edad más adulta media, son ahora sí mi aliento y un deleite en ocasiones. Así que esta es la primera parte de mi narración sobre los asomos a la muerte, muerte emocional al menos, todo eso casi fue fulminante, creí necesario introducir esta parte testimonial porque muy poco hablamos de estas muertes silenciosas que nos ocurren en la vida, hasta que de verdad exploramos el acontecimiento como tal, la muerte y todo lo demás es nada en realidad.
La muerte ya un acontecimiento. Un desierto nace en mi vida.
En más de una ocasión algún familiar muere, pasamos por ello todas, todes, todos. Lamentablemente algunas son personas con quienes hemos hilado vínculos afectivos poderosos y entonces parece romperse esa costura, un desierto nace.
El acercamiento más fuerte a esta experiencia vendría ya en mi vida muy adulta de mediados de los 30. Fallece mi abuela panchita a los 85 años. Una mujer que fue una flor que la vida ponía en mi cuarto, una oración a mis días sin que lo pidiera, una taza de chocolate. Era una referencia de una mujer muy antigua para mi momento generacional, pero fue lo más bello de esta vida y su forma de ver la vida mi mejor herencia, trabajando la tierra y viviendo el tiempo no occidental, el de las temporadas de la cosecha, del clima, de las equipatas. Las lunas llenas señaladas en su calendario.
La existencia sin ella me llevó a una primera espiral crónica depresiva, pasaron tres años para que pudiera poner una foto en mi sala, saludar al día con su nombre. El duelo por su muerte no tiene superación, nadie nos explica como pasamos a este cuarto donde ya no van a estar nuestras acompañantas de la vida física, y que debemos seguir.
Recurrentemente está en mis sueños, algunas veces son momentos de nuestras compañías de abuela y nieta, otras se refieren a una visita que tal vez yo le solicito y en alguna ocasión fue para decirme que me alguien me estaba mintiendo y debía soltar. Creo que siempre me estará protegiendo si soy yo misma quien la evoca, la menciono o le hago memoria. Por eso se manifiesta como sueño provocado por mi subconsciente, toma mis recuerdos y me habla del futuro, presente o pasado. Esta manera inteligente del cerebro de conectarlo todo y recrearme a una entidad muerta, es otra cosa bella de vivir, a propósito.
Ya cierro esta narración corta describiendo los eventos que me parecieron los cantos de su muerte, cuando sabes que viene. Quisiera lanzar a esta red virtual para ver si podemos conectarnos entre experiencias y que para quienes lo lean, lleguen atardeceres que hagan vivibles estos desiertos de la muerte.
La noche de su sed una página de ese día, el anuncio claro. Sus anteriores relatos vinieron a mi mente, ella me había descrito alguna vez qué pasa cuando alguien está en sus últimos momentos. Lo supe, ella se despedía y unas lágrimas salieron de sus apagaditos ojos, no puede más que darle mis fuerzas, trasmitirle que no tenía miedo y por ello ella tampoco debía sentirse así, que esa emoción pasaría. Tomé las últimas gotas de agua que probaría y las coloqué en sus labios. La dejé. La dejé y hubiera deseado quedarme soñando con ella, lo admito.
Te espero en casa cada tarde, cuando canta esa paloma, cuando las luces por las ventanas estallan al amanecer. Te amo siempre abuela. Viaje este amor hacia tu descanso, en los desiertos de Vizcaíno.
Sobre la autora:
Miriam Bautista, nacida en La Paz, Baja California Sur, (agosto de1983). Mujer y mamá, interesada en la escritura creativa desde el vivir, para compartir y reconocernos entre todas para seguir siendo fuertes. Estudió en Universidad Autónoma de Baja California Sur. Afición por la fotografía.
Red social @latirfotográfico
Imagen de Miriam Bautista